En el momento en que Abdullah Gül asume el poder de Turquía, el 28 de agosto del presente año, se terminó inmediatamente con cerca de setenta años de tradición laica en la cúpula gobernante.
Desde las reformas de Mustafá Kemal Ataturk en los años veinte, Turquía implantó un sistema laico de gobierno en que se desligó completamenta la influencia islamista en materia de gobierno, claramente esta tendencia pionera en el medio oriente conservador y religioso, significó un avance significativo que hasta la actualidad ha beneficiado una imagen occidental de Turquía y a la vez alimentado una ilusión democrática.
Pero tal logro defendido por la mayoría de los turcos, no tarda en ocultar la imposición forzada y coercitiva de una élite masónica que en comunión con el organismo militar sólo ha llevado a cabo durante tantos años una democracia de tipo dirigida, similar al actual modelo ruso y que por tanto no es representativa de otro gran porcentaje de la población turca con tradiciones aún muy arraigadas en lo relgioso.
Posiciones como de la de una Turquía moderna, occidental y posible miembro de la Unión Europea chocan de plano con la visión oriental que defiende una Turquía islámica, cuna de un viejo imperio y cercana a muchos de los países que actualmente se encuentran en pugna con occidente, es claro que no muchos turcos ven con buenos ojos la neutralidad de Turquía frente al conflicto en Iraq o Afganistán y mucho menos su apoyo a muchas de las políticas norteamericanas en Medio Oriente.
Es por ello que por muchas de estas razones, Turquía se encuentra ahora en la mira de los analistas internacionales, pues el islam vuelve al gobierno, no con la fuerza necesaria para imponer su visión en las políticas de manera tangible, pero sí ha superado todas las barreras impositivas que el gobierno turco le ha puesto durante décadas, propiciando que este pueda ser el principio de una nueva era para los turcos, quizás la oportunidad de desarrollar una democracia verdadera o en el peor de los casos el primer eslabón de una serie de reformas al sistema que podría terminar en modificaciones más revolucionarias que podrían incluso poner en peligro la efervescente occidentalización del país.
Los analistas apuestan a que el gobierno de Gül no es un verdadero peligro para la tradición turca, sin embargo será siempre determinante la aceptación de Turquía en la Unión Europea pues de ello depende si este país en manos de un presidente islámico, practicante y lo que no es menor, de orígen árabe, en el día de mañana pueda mover las cuerdas hacia una u otra posición.
Si finalmente sigue Turquía cercana a occidente o algún día muestra tendencias de hermandad con el mundo islámico fundamentalista o alguna simpatía por Irán, es algo que podría depender en gran medida de la actitud de sus pares europeos.
Por el momento, los ojos siguen bien puestos en Abdullah Gül quien ya a iniciado algunas funciones diplomáticas en Rusia y Chipre.
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